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Mensajes: "El trabajo es mucho más que el empleo". Ponencia de Hermes Binner en 4to Congreso Nacional sobre Valores, Pensamiento Crítico y Tejido Social.

29.9.05

"El trabajo es mucho más que el empleo". Ponencia de Hermes Binner en 4to Congreso Nacional sobre Valores, Pensamiento Crítico y Tejido Social.

comentarios: contacto@hermesbinner.com.ar

Trabajo y empleo: distinción

Los organizadores solicitaron abordar el tema “El trabajo es mucho más que el empleo”. La distinción entre uno y otro concepto es correcta. Sin embargo, referirme a esa distinción no evita reconocer cuán fuertemente imbricados están ambos conceptos en la vida social. A esa dupla, distinción e imbricación, estarán dedicadas estas reflexiones.

Comenzaremos por discernir la diferencia entre empleo y trabajo.

El empleo es la función desempeñada por una persona para ganarse la vida. Se trata, entonces, de una actividad que tiene un ingreso como contraprestación. Toda familia requiere que al menos uno de sus miembros acceda a un empleo para salir de la indigencia o la pobreza. Dado el nivel de remuneraciones que prevalece en nuestro país, muchas familias requieren que al menos dos de sus miembros estén empleados.

Si atendemos a las estadísticas oficiales, el empleo es ejercido mayoritariamente bajo relaciones asalariadas; una fracción menor de personas desempeña esa función como autoempleadas o trabajadores familiares sin remuneración. Otra fracción hoy día importante carece de empleo; son los que componen el desempleo abierto en la estadísticas oficiales incluyendo a los desempleados cubiertos por los planes jefes y jefas de hogar.

Por su parte, el trabajo es la energía individual y colectiva que es puesto en el desempeño de una actividad, remunerada o no, que produce bienes o servicios socialmente necesarios. Estos bienes o servicios pueden ser reconocidos como tales en el mercado de bienes y servicios, o bien pueden ser producidos en respuesta a necesidades que no tienen el respaldo de demandas solventes. Por eso, esa producción no responde a un cálculo económico.

En síntesis, el empleo es una actividad asociada a un ingreso; el trabajo es la energía aplicada a una actividad.

Explicitemos esta distinción con dos ejemplos: un porcentaje importante de mujeres en nuestra sociedad sexista trabaja exclusivamente en tareas domésticas sin remuneración. Nadie podría negar que esos trabajos son actividades fundamentales para la reproducción de la especie humana; sin embargo, las estadísticas oficiales no reconocen el trabajo de las amas de casa porque no reciben una remuneración. Tomemos ahora el caso de los rentistas: sus ingresos son percibidos como resultado de una propiedad; perciben esos ingresos sin que el trabajo esté presente como prestación de esos ingresos. Esto no significa que todos los rentistas sean perezosos; si bien no trabajan, algunos o muchos podrían estar aplicando su tiempo libre de trabajo a otras actividades socialmente útiles.

Es contradictorio, incluso socialmente injusto, que los rentistas, que no son pocos, estén registrados como población económicamente activa mientras las amas de casa son incluidas como personas inactivas junto a los estudiantes, personas desalentadas para la búsqueda de empleo e incapacitadas para el trabajo.

Esta distinción entre empleo y trabajo está proyectada a las estadísticas oficiales. De éstas podemos decir seguramente que son estadísticas del mercado de trabajo. Escapan también a las estadísticas oficiales aquellos trabajos socialmente útiles que son reconocidos como trabajo voluntario, y que son prestados en oportunidades por desempleados. Basta considerar los comedores populares y otras actividades de las organizaciones de desempleados. Es decir, pueden registrarse variadas situaciones de personas que están ocupadas pero no empleadas.

Por tanto, el trabajo incluye tanto a las actividades socialmente productivas que tienen una remuneración como contraparte, como a las horas incluidas en actividades socialmente útiles sin remuneración. Las horas de trabajo prestadas en el total de actividades socialmente útiles, incluyendo a las amas de casa y a las distintas modalidades de trabajo voluntario, demandan estadísticas de trabajo complementarias para reflejar todas las energías humanas volcadas en la vida social.

La importancia de esta observación es que el reconocimiento de los trabajos socialmente útiles puede contribuir a paliar parcialmente, repito parcialmente, la situación actual de desempleo.

Nos remitimos a los siguientes comentarios.

La imaginación de los gestores públicos en América Latina durante la década de los 90 para paliar el desempleo juvenil fue implementar programas de capacitación en oficios tradicionales para incorporarlos a las relaciones salariales o al autoempleo. Mucha de las dificultades de inserción en el trabajo de los programas de empleo para jóvenes, también aplicados en nuestro país, resultó de la imposibilidad de insertar laboralmente al contingente de jóvenes capacitados. La razón principal ha sido que los programas breves de capacitación, exentos de contenidos básicos en ciencia y técnica, enfocados hacia cuestiones operativas, formaban jóvenes semicalificados en circunstancias que las empresas requerían de mano de obra con mayor calificación.

Muchos de esos programas para jóvenes continúan hoy día bajo diferentes modalidades, incluso para adultos desempleados.

Los recursos del Gobierno nacional para financiar programas diferentes no son escasos. Basta mencionar que están previstos tres mil millones de pesos en el presupuesto nacional 2006 propuesto por el Ejecutivo Nacional para sostener planes para jefas y jefes de hogar desocupados, en general sin exigencia de ninguna contraprestación de actividad, excepto alguna participación en programas de capacitación dirigida a esos oficios tradicionales. Esta ausencia de imaginación y decisión políticas dan la razón a Borges cuando dijo: “después del presente, sigue el pasado”. La década de los 90 sigue presente bajo distintas modalidades.

En Francia se lanzó tiempo atrás un plan de empleos para jóvenes financiado por el Estado para desempeñarse en nuevos oficios referidos a distintos campos de la vida social, ajenos a la esfera de la producción pero inscritos en el mundo de trabajo. Esos oficios correspondían a las áreas de Educación, Familia-Salud-y Solidaridad, Vivienda y Vida Privada, Vida en los Barrios, Transportes, Cultura, Justicia, Medio Ambiente, y Seguridad. A estas áreas nos referíamos arriba cuando decíamos que variadas necesidades sociales no encuentran, y difícilmente encuentren, una demanda solvente encuadrada en mercados.

Por cierto, aunque parezca difícil su implementación, vale la pena pensar en ello: esos nuevos oficios también podrían estar a disposición de trabajadores adultos desplazados que pudiesen ser recalificados en tiempos abreviados de capacitación considerando las calificaciones ya adquiridas en su formación profesional y en sus experiencias de trabajo. Téngase en cuenta la cantidad de técnicos y universitarios desertores y graduados sin empleos con resistencias justificadas a ser recalificados en oficios que exigen menores calificaciones formales.

Escuchamos a menudo que el desempleo es fuente de muchos males: negación de las necesidades básicas, depresión, delincuencia, desintegración de la vida familiar, violencia intrafamiliar, y otros. La pregunta que sigue es: ¿estamos dispuestos a pagar impuestos para que otros ciudadanos tengan la oportunidad de trabajar por un ingreso en actividades socialmente productivas? La respuesta es incierta porque la pregunta alude a cambios en nuestra vida social organizada, y los cambios siempre enfrentan variadas resistencias a pesar de que su necesidad sea ampliamente compartida por la población.

Como vemos, el trabajo es algo más que el empleo. Pero no es solamente algo más porque incluya otras actividades socialmente útiles sino porque es necesario prestar atención a las condiciones con que el trabajo es prestado. Las condiciones que acompañan a esa prestación de energía definen la calidad del trabajo.

Trabajo y empleo: su imbricación

i) El desempleo y sus causas

Consideraremos seguidamente la inestabilidad en el empleo y la inestabilidad en el trabajo como manera de abordar la relación entre trabajo y empleo. En épocas pasadas, ambas inestabilidades tenían un piso fundado en la legislación laboral y la negociación colectiva. La globalización ha horadado ese piso. De hecho, el aumento del desempleo en Argentina ha ido de la mano con un deterioro de las condiciones de trabajo.

Así debemos preocuparnos por el desempleo, las condiciones de trabajo y las políticas activas en el mercado de trabajo para contrarrestar el primero y mejorar las segundas.

Las causas del desempleo son variadas:

Una corriente alude al desempleo estructural que, dicho en palabras sencillas, explica la ausencia de correspondencia entre las competencias laborales demandadas por los empresarios y las competencias ofrecidas por los trabajadores que buscan empleo. Así, para algunos, el ataque al desempleo debería descansar en la educación y formación para nuevos espacios de trabajo y en el aprendizaje permanente.

Por cierto, en el mercado de trabajo argentino conviven un déficit de calificaciones asociadas a las nuevas tecnologías y un superavit de bajas calificaciones. La eficacia de los programas de capacitación laboral y formación profesional, cuyo indicador principal es la inserción laboral, depende en buena medida de un proceso de crecimiento económico capaz de incluir a los contingentes crecientes de trabajadores capacitados en ocupaciones asalariadas o autoempleadas.

Otra corriente sostiene que es la falta de inversión la que fundamenta la débil dinámica de generación de empleos. Los partidarios de esta corriente recomendarían el uso de tecnologías intensivas en mano de obra y colocarían énfasis en el crecimiento de sectores productivos que usan esas tecnologías.

El nivel de inversiones ocupa un lugar preferente en las preocupaciones de todos los ministros de economía para combatir el desempleo, ya que el aumento del producto y del empleo resulta de los niveles de inversión. Es claro, el crecimiento del producto por cada peso que se invierte depende de la naturaleza del cambio tecnológico que acompaña a la inversión y de la intensidad de uso de la mano de obra en los sectores productivos donde se invierte.

Por tanto, es necesario presentar una tercera corriente, aquella que sostiene que el cambio tecnológico es responsable de la sustitución de hombres y mujeres trabajadores por maquinarias y equipos. El cambio tecnológico explicaría que cada porcentaje de crecimiento de la producción es acompañado por un porcentaje menor y decreciente de aumento del empleo.

Por cierto, no debiéramos oponernos a cualquier oportunidad que ofrece el ingenio humano, aplicado a la ciencia y la técnica, de producir más bienes con menos esfuerzos. Por otra parte, cualquier sustitución de trabajadores por nuevo equipamiento es parcial o totalmente compensado por la demanda de trabajadores exigida por la producción de ese equipamiento.

Si bien es cierto que el crecimiento del empleo resulta de los niveles de inversión y de las técnicas aplicadas de producción, una cuarta corriente tiene una gravitación importante. Me refiero a los ingresos percibidos por todas las personas empleadas. A nadie se le escapa que la distribución del ingreso en Argentina es muy desigual, y requiere corregirse.

De ahí que esta cuarta corriente sostenga que el producto bruto interno crecería a una tasa mayor si correspondiese a los salarios una participación mayor en su distribución. Por tanto, una redistribución de ingresos, esto es, una mayor participación de los salarios en el ingreso nacional, originaría un círculo virtuoso de aumentos de demanda, producción y empleo.

Aquí está presente una dificultad que no puede dejar de anotarse. Se trata de la difundida idea de que los salarios son un costo de producción en el sector privado. Si esta idea es inconmovible, un aumento de salarios sólo sería tolerado por el sistema económico si fuese acompañado por aumentos de productividad; de lo contrario, el aumento de precios acompañaría a los salarios acrecentados.

Por tanto, la redistribución del ingreso solo es posible si los salarios son pensados como un componente del valor agregado y no como un componente de los costos. Esto es, el valor agregado debiera distribuirse entre remuneraciones y ganancia según criterios acordados por la negociación colectiva, y no como un componente de los costos. En ese caso, un consenso social sería el instrumento de una política de redistribución funcional del ingreso.

Más allá de este consenso, la política de redistribución del ingreso estaría limitada a la política impositiva, reforma tributaria mediante, y a la política del gasto público que favorezca el acceso de los sectores más desfavorecidos de la población a los bienes públicos (educación, salud, agua potable, entre otros). Se compensarían los efectos pero no las causas de la distribución funcional del ingreso tan desigual en nuestra actualidad.

Otra corriente que todavía no ha alcanzado el estatuto de consideración que se merece en la agenda de discusiones y que corresponde presentarla en este ámbito universitario. Esta corriente sostiene que no es el trabajo lo que escasea en las sociedades capitalistas sino, más bien, son las horas de trabajo las que están desigualmente repartidas entre las personas empleadas.

De esta corriente, resulta una política ingenua que recomendaría reducir universalmente la jornada de trabajo. Esta política ignora los obstáculos productivos, sociales y éticos para su implementación. El obstáculo productivo por excelencia es la dificultad de disminuir la jornada para aquellos operarios, técnicos y profesionales altamente calificados porque el desempleo no contiene a trabajadores con idénticas competencias para completar las horas necesarias de producción en las empresas. Los obstáculos sociales aparecerían inevitablemente al considerar la distinta composición de la mano de obra en los distintos sectores productivos; algunos sectores tendrían mayores dificultades que otros para acomodarse a una reducción de la jornada de trabajo. Los obstáculos éticos fueron remarcados por los obispos de Québec cuando el desempleo afectó a Canadá también en la década de los 90. Los obispos preguntaron entonces: “¿estamos dispuestos a ceder parte de nuestro tiempo de trabajo en beneficio de otros hermanos?” La respuesta de los trabajadores es incierta a juzgar por algunas propuestas aritméticas que circulan de reducir los tiempos de trabajo sin afectar a las remuneraciones, lo que es muy dificultoso en las relaciones capitalistas globalizadas.

Un avance importante en la reducción de la jornada de trabajo podría alcanzarse si se difundiese en las empresas la contratación del trabajo a medio tiempo (jornada parcial o jornada completa compartida), con las -mismas condiciones de protección que el trabajo a horario completo. No hay que subvaluar la demanda en la sociedad por el trabajo de medio tiempo que: favorecería la incorporación de las mujeres al trabajo. También favorecería a los hombres al permitirles redefinir sus roles en la familia, a los jóvenes que necesitan trabajar para seguir estudiando, y conseguiría la adhesión de trabajadores y trabajadoras adultos que están dispuestos a optar por más tiempo libre.

Si el trabajo a medio tiempo se generalizase por la negociación colectiva, su impacto estadístico sería reducir la jornada promedio de trabajo.

Es interesante destacar que esta opción está permitida por nuestra legislación laboral pero es una materia, como muchas otras, que todavía no es abordada en la negociación colectiva.

Ninguna de estas cinco corrientes debieran estar ausentes de las reflexiones porque ninguna es incorrecta; podría decirse de cada una que son explicaciones parciales de la realidad. Aquello que genera contrapuntos, por diferencias ideológicas o de intereses, es la importancia relativa que se reconoce a cada corriente en la combinación de instrumentos de una política activa en el mercado de trabajo.

ii) Deterioro en las condiciones de trabajo

Es necesario profundizar sobre esa relación entre empleo y trabajo, o desempleo y deterioro de las condiciones de trabajo, porque sin duda el nivel alto de desempleo inhibe a los trabajadores y a los sindicatos para negociar mejores condiciones, tanto individual como colectivamente. Sin embargo, no es aceptable afirmar livianamente que, siendo el desempleo una causal parcial de ese deterioro, el mejoramiento de esas condiciones está inexorablemente subordinado a la disminución del desempleo. Basta revisar nuestra historia política más atrás de la década de los 90, tan marcada por la dictadura militar, para entender la intervención de coacciones extraeconómicas que tuvieron incidencia directa en el deterioro de las condiciones de trabajo.

Se deduce del desarrollo de esta presentación, la necesidad de atacar el desempleo y mejorar las condiciones de trabajo. Pues bien, ¿cómo hacerlo? ¿A quiénes cabe la responsabilidad de actuar?

Hemos asistido a distintos intentos de modificar la legislación laboral para corregir el desempleo. Por lo general, esas modificaciones no tuvieron en consideración los intereses de los trabajadores en actividad; más bien, las nuevas normas desmejoraron las condiciones de trabajo bajo el justificativo de que las rigideces laborales no atendían la necesidad de empleo de los desempleados. La flexibilización laboral fue inefectiva para combatir al desempleo, y la crítica y oposición generalizada motivó sucesivas reformas a la legislación laboral que crearon incertidumbres en el sector privado. El trabajo en negro asomó vergonzosamente.

La legislación laboral siempre será insuficiente si no va decididamente acompañada por negociaciones colectivas. La dificultad al respecto resulta del debilitamiento de los sindicatos y el aumento del desempleo que han postergado la negociación colectiva, o reducido los contenidos de la negociación al capítulo del nivel de los salarios sin abordar otras condiciones de trabajo.

Debemos agregar dos dificultades adicionales para aquellos que pensamos estos problemas en el interior del país. La legislación laboral en Argentina es una materia exclusiva del Congreso Nacional. Las relaciones laborales no pueden ser ejercidas por las provincias por el supuesto consagrado como verdad inconmovible de que las provincias competirían por la localización de las inversiones degradando las condiciones de trabajo. Tal predicamento es compartido por las organizaciones sindicales que no apelan a la descentralización de la negociación colectiva en razón de sus estructuras verticales, dependientes de las organizaciones de tercer grado. Tampoco las organizaciones de empresarios en provincias son proclives a incorporar a la brevedad más decencia en las condiciones de trabajo por razones esgrimidas de competitividad.

El Centro de Estudios Municipales y Provinciales al que pertenezco en Rosario ha elaborado estas propuestas para accionar a favor de la disminución del desempleo y del mejoramiento en la distribución del ingreso en la Provincia de Santa Fe. Considerando las restricciones constitucionales que afectan a las legislaturas provinciales, las propuestas de nuestro Centro descansan fundamentalmente en la gestión de políticas públicas y en la dinámica de los actores sociales competentes para participar en negociaciones colectivas descentralizadas.

Finalmente podemos concluir que tanto Educación como Trabajo son fundamentales para incorporar a los excluidos, la educación porque nos hace libres y el trabajo porque nos hace dignos.

Rosario, 29 de setiembre de 2005